Aunque
no podamos cambiar ni el mundo ni a la gente, los sueños los hacen a la medida
de nuestros deseos, sin embargo, la reflexión los desbarata.
Es
muy triste vivir sin esperanzas, pero es más triste tenerlas sabiendo que vives
engañado. Y aún teniendo la certeza, sigues esperando, y hasta pones en duda la
percepción de la realidad más inmediata. Y sigues creyendo que mañana será
mejor que hoy. Que existen los milagros y que las personas más allegadas
recordarán que siempre estuviste ahí cuando no tenías problemas, y sigues ahí
cuando ya los tienes. Quieres pensar que no los ven, y que serían solidarios si
los vieran. Pero estás equivocado y solo. A pesar de todo, no puedes evitar
dejar de engañarte, ni siquiera renunciar a la esperanza. Y así se va
consumiendo la vida y agotándose las fuerzas, siendo un ingenuo, no un
resentido. Al final, siente uno la misma impotencia del que ha sido engañado.
Malo es no tener fe, pero mucho más malo es tenerla y ser defraudado.