miércoles, 2 de diciembre de 2015

PRESENTE SIN FUTURO



Veo cómo avanza, día a día, mi deterioro físico. Cómo cada día que pasa, puedo valerme menos de mí mismo. Trato de disimular y hacerme el valiente, pero no soy yo el que se va rindiendo poco a poco, es la enfermedad la que va ganando la batalla. Y no es suficiente la voluntad ni las ganas de vivir, es la hora de ser realista y dejar de engañarse. Ese temido momento tenía que llegar, estaba al acecho, y ya casi me tiene atrapado ¿Cuánto tardará en devorarme? En esta situación, la muerte es la liberación y la vida el castigo. Sin embargo, muy grande tiene que ser el sufrimiento para desear desaparecer de la vida, y se aferra uno a ella hasta beber la última gota del cáliz del dolor y de la existencia.

La razón no difumina la realidad para que sea más llevadera. Uno puede ser feliz, sí, pero cuando duerme. La mente contempla con impotente rabia mi incapacidad para realizar las tareas más sencillas, las cosas más simples. Y todo ello teniendo un cuerpo perfecto, sin deformidades. Sólo viejo y con muchas neuronas muertas. Pero puedo desear las cosas con el mismo ardor que los jóvenes, y con tanta ilusión, o más, que ellos, y, sin embargo, mi cuerpo no esta para competiciones.

Sentado en mi silla de ruedas, con los brazos apoyados en la mesa de trabajo, la mano derecha cogida con la mano izquierda, y con un dedo le voy dando a las teclas del ordenador.  Equivocación y vuelta a empezar. Y así me paso las horas, intentando que no disminuya el ritmo, porque si disminuyera, para mí sería un fracaso. Sería admitir que estoy derrotado. Quizás lo estoy y me niego a verlo. Alguna vez, cuando el ánimo esta más decaído, me hago esta reflexión. Y sigo escribiendo, ya que dejar de hacerlo es reconocer que estoy derrotado.

Nunca sabremos que nos depara el destino. Cuál y cómo será nuestro final, entonces, ¿para qué adelantar sufrimientos? De todas formas,  lo que esté por llegar llegará, aunque nunca sepamos cómo ni cuando.

Para no arrepentirme de lo escrito, le doy a publicar sin leerlo. Porque un mal momento lo tiene cualquiera.